Isaac Cruces, con un dibujo minucioso y una espléndida armonía de color, plasma
con precisión todo aquello que se anteponga a su caballete. Ya sea la atmósfera de un paisaje, la mirada de una persona, el brillo de un objeto o la delicadeza de una planta.
Su proceso creativo es un camino contemplativo y reflexivo. Es un intento por
encontrar la esencia y el misterio que la realidad esconde. Esto implica que cada cuadro sea un ejercicio del estudio e investigación.
Su técnica nos recuerda a la de los pintores naturalistas del siglo XIX pero el uso que hace del encuadre, el color y la luz se traduce en una obra personal de evidente modernidad. Esta mirada personal eleva lo cotidiano a la categoría de arte. Transforma paisajes y objetos que pueden resultar en apariencia vulgares en imágenes de gran valor estético.
Este diálogo que establece con la realidad transforma la visión del espectador,
descubriéndole el encanto y la belleza de su entorno más cercano.
Pedro Saucedo